La redención de Sinéad O’Connor: Te enamoraste de esa ‘perra loca’
“Me parece curioso que el mundo se haya enamorado de mí por llorar y por una lágrima”, dice Sinéad O’Connor en una voz en off para el nuevo documental Nothing Compares. “Fui y lloré mucho y todo el mundo decía: ‘Oh, perra loca’. Pero en realidad espera. Espera. Te enamoraste de esa lágrima”. Hace una pausa antes de terminar el pensamiento: “Eso era un espejo”.
Nada se comparaque se estrenó (virtualmente) el viernes por la noche en el Festival de Cine de Sundance de 2022, relata la carrera, la controversia, el legado, la mala interpretación y, podría decirse, la redención y reivindicación de Sinéad O’Connor. Ese llanto y esa lágrima se refieren al impresionante vídeo musical de su versión de 1990 de “Nothing Compares 2 U” de Prince, uno de los dos pilares de su iconografía en la cultura pop. El otro es… decididamente más controvertido, y podría decirse que destruyó su carrera.
Dirigido por la cineasta Kathryn Ferguson, el documental contextualiza los abusos que la cantante irlandesa sufrió de niña, cómo le afectaron a la hora de dedicarse al arte y a la música, y el modo en que ese dolor se desencadenó en la escena pública al vestir su estrellato pop con un activismo provocador. Se centra en gran medida en los años comprendidos entre 1987 y 1993, cuando la artista inconformista deslumbró a una industria en constante cambio con su voz -capaz de cantar una canción de cuna y de gemir con la misma fuerza- y su imagen desafiante de joven dublinesa con la cabeza rapada y una confianza rebelde.
Esa confianza se trasladó a sus mensajes, una adhesión implacable a la denuncia de las injusticias con ardientes declaraciones públicas y acrobacias que llamaban la atención. La más infame de ellas, romper una foto del Papa en protesta por el silenciamiento de las víctimas de abusos por parte de la Iglesia Católica durante una conferencia de 1992. Saturday Night Live de 1992, es el punto álgido del documental y, aquí, se revisa con ojos modernos.
En el apogeo de la popularidad de O’Connor, pocos artistas lograron captar tanta atención por su música – “Nothing Compares 2 U” la elevó a la categoría de sensación internacional- o por sus políticas y valores inquebrantables. Como ocurre con cualquier renegado de la opinión pública, su descaro se encontraba en el emocionante punto de polarización, con la controversia celebrada y criticada en igual medida, hasta que, bueno, ese equilibrio cambió. De forma drástica.
Nada se compara se completa con la aparición de O’Connor en el Madison Square Garden dos semanas después de la SNL durante la cual su entrada en el escenario fue recibida por una ensordecedora e incómoda cacofonía de aplausos de apoyo y abucheos enfurecidos. (“El ruido más extraño que he escuchado en mi puta vida”, dice O’Connor en el documental). Centrada en ese periodo de su carrera, la película es un retrato de una artista que dijo su verdad, sin importar la reacción o las consecuencias. También es una acusación de lo que le ocurría a alguien en aquella época, especialmente a una mujer, cuando hablaba en contra del statu quo y utilizaba su voz para perturbar los sistemas, o, francamente, cuando utilizaba su voz.
“Los medios de comunicación siempre me han puesto como una ‘loca’, me han hecho pasar por loca”, dice O’Connor. “No culpo a nadie por pensar que estaba loca o por odiarme por ello o lo que sea, porque no lo sabían. Era una idea descabellada. ¿Esta zorra dice que los curas violan a los niños? Por Dios. Por supuesto que les parecía una locura”.
La película está narrada mediante imágenes de archivo y B-roll para establecer una sensación de tiempo y lugar a lo largo de las décadas de la vida de O’Connor. También incluye con moderación voces en off de personas cercanas a ella: el profesor de música que descubrió su talento en el reformatorio que, por otra parte, la traumatizó, su ex marido, con el que tuvo su primer hijo, amigos, managers y el publicista que la contrató para aquella fatídica aparición en SNL.
La voz clave, por supuesto, es la de la propia O’Connor, en una nueva entrevista en la que reflexiona sobre los acontecimientos noticiables de su pasado, cómo se sintió entonces y cómo se siente ahora. Es un contexto fundamental que replantea la controversia de la cultura pop a través de la humanidad, mostrándonos cómo la forma en que fue tratada la afectó y la sigue afectando.
Siempre que se realiza un documental con la participación del artista que lo protagoniza, se plantea la cuestión de cuál puede ser su objetivo. ¿Se trata de corregir la historia? ¿Ajustar viejas cuentas? ¿Controlar los mensajes y el discurso sobre ellos? ¿Es para reconsiderar su legado y que se les vea bajo una nueva luz? ¿Es por vanidad? ¿O hay algo que¿dice?
Nada se compara se pregunta si O’Connor, sus ideas y el modo en que utilizó su plataforma como tribuna fueron anteriores a su tiempo. Sin embargo, también sugiere que, como pionera que la cultura podría haber necesitado -incluso cuando la rechazó-, llegó a tiempo, actuando de la manera que debía hacerlo en el momento justo.
La película no se ocupa necesariamente de si sus acciones fueron o no “correctas”, justificadas o justificables, al menos no tanto como de lo que le ocurrió. Se centra en la forma en que fue vilipendiada, burlada, tachada de loca y, por las mismas personas que la defendían cuando estaban de acuerdo con sus opiniones, despreciada y puesta en la lista negra. ¿Qué le hizo eso? Más aún, ¿cómo deberíamos verla ahora? ¿Es Sinéad O’Connor una mártir?
“No pretendía ser fuerte”, dice. “No pensaba para mí misma que debía ser fuerte.. No sabía que era fuerte. Sufrí mucho porque todo el mundo pensaba que estaba bien que me dieran una paliza. Me arrepiento de haber estado tan triste por ello. Me arrepiento de haber pasado tantos años sola y aislada realmente”.
Especialmente en los últimos años, tras los documentales sobre personajes como Britney Spears, Paris Hilton y Janet Jackson, hemos tenido que reconocer no sólo la complicidad de los medios de comunicación en la misoginia, la explotación y el escarnio que han contribuido a arruinar la vida personal y las carreras de las mujeres famosas, sino también nuestra propia complicidad, como consumidores voraces de esos medios.
Nada se compara ofrece un contexto crucial sobre la dolorosa adolescencia de O’Connor y las razones de su complicada relación con la Iglesia Católica. Habla de cómo su intención original con su arte era utilizarlo como una forma de terapia, pero también, en la gran tradición de sus héroes creativos, para agitar. Nunca fue su objetivo, dice varias veces, ser una estrella del pop, y nunca se sintió cómoda en ese molde, ni temió que se lo quitaran como castigo por sus convicciones.
La película también se centra en la reacción a sus controvertidas acciones, como cuando Frank Sinatra prometió “patearle el culo” después de que ella se negara a actuar en un local de Nueva Jersey si se tocaba el himno nacional antes de su actuación (ella protestaba contra la censura de los artistas negros) y, sobre todo, después del SNL cuando innumerables celebridades y expertos no sólo la menospreciaron a ella y a su salud mental o destruyeron sus discos, sino que le desearon violencia real. “Tal vez si fuera un hombre no habría tanto alboroto al respecto”, dice sobre el escándalo del himno nacional. “Es que no se espera de las mujeres”.
El documental subraya el impacto de O’Connor en décadas de artistas femeninas que han sido celebradas por ser vocales sobre sus creencias y políticas, en lugar de ser criticadas por ello como lo fue ella. Hay montajes en los que se aprueban leyes sobre el derecho al aborto y a favor del colectivo LGBTQ, y en los que la Iglesia Católica reconoce los abusos sexuales a menores -las mismas causas por las que O’Connor protestaba-, lo que indica una especie de reivindicación de sus esfuerzos de hace tantos años. Al mismo tiempo, nunca deja que la pregunta se disipe: ¿Cuál fue el coste?
Es una lástima que la película no profundice en los detalles específicos de cómo esos años tumultuosos de su carrera han reverberado en su complicada y a menudo problemática vida en las décadas posteriores. A lo largo de los años ha hecho pública, de una manera que alarmó a algunos, su ideación suicida. Y es un momento especialmente doloroso, aunque quizás necesario, para examinar la vida y el legado de O’Connor. Hace unos días se informó de que O’Connor había sido hospitalizada una semana después de que su hijo de 17 años fuera encontrado muerto, tras una serie de tuits que había publicado indicando que podría suicidarse para estar con él. (Desde entonces se ha disculpado por esos tuits).
Todo ello arroja una sombra inquietante sobre un proyecto destinado a honrar el trabajo de O’Connor y el precio que podría haber cobrado.
“Lamento que la gente me tratara como una mierda, y lamento que ya estuviera tan herida que eso me matara y me hiciera daño”, dice en la película. “Todos pensaban que había que burlarse de mí por haber tirado mi carrera por el desagüe. Yo no dije que quería ser una estrella del pop. No me convenía ser una estrella del pop. Así que no tiré por la borda ninguna de las malditas carreras que quería. No cambió mi actitud. No me arrepentí. No me arrepentí. Fue lo más orgulloso que he hecho como artista”.
“Me rompieron el corazón y me mataron, pero no me morí”, dice. “Intentaron enterrarme. No se dieron cuenta de que era una semilla”.