El callejón de las pesadillas’ es un espectáculo de monstruos de Hollywood
Tanto si son elegantes como si son escarpadas, las películas clásicas de cine negro hacen gala de una ferocidad y una desesperación afiladas, como si el mundo -y las vidas de sus minúsculos habitantes- estuvieran encaramados al filo de una cuchilla letal. Las sombras severas, la niebla suntuosa, las bromas y un sombrío cinismo sobre la posibilidad de cambiar algo en este lugar olvidado de la mano de Dios (incluida la propia suerte) son sus cartas de presentación, contribuyendo a un estado de ánimo de fatalismo abatido que corta tan profundamente que deja una marca sangrienta. En sus mejores momentos, son sagas magulladas, raspadas y llenas de cicatrices sobre el deseo imperecedero de ser algo más y la imposibilidad de alcanzar ese sueño, presentadas en términos tan duros y sin rodeos como sus condenados protagonistas.
Es decir, no se trata de espectáculos hollywoodienses de gran envergadura que lucen sus enormes presupuestos en sus ornamentadas mangas, precisamente porque tal constitución está en desacuerdo con su naturaleza inherente de historias de gente de poca monta (o de grandes hombres que son realmente tontos) que se esfuerzan por mejorar y/o escapar de sus inadecuados predicamentos. Pero no se lo digan a Guillermo del Toro, cuya continuación de la oscarizada La forma del agua es El callejón de las pesadillas (17 de diciembre, en los cines), una reedición de la infravalorada película de Edmund Goulding de 1947 del mismo nombre (basada en la novela de William Lindsay Gresham). Con un elenco de estrellas de Hollywood encabezado por Bradley Cooper y Cate Blanchett, la última película de del Toro quiere ser la Lo que el viento se llevó de los noirs, escalado a tamaño épico y opulento hasta la distracción. Sin embargo, ese modus operandi es precisamente lo que le resta fuerza; aparte de algunas secuencias sorprendentes, sobre todo en su última mitad, es un retroceso modernizado y desigual que resulta a la vez excesivamente fastuoso y servilmente fiel a su material original.
Co-escrito por Kim Morgan, El callejón de las pesadillas sigue la narrativa de su predecesora al pie de la letra, salvo por algunos añadidos que -junto con la dirección más exuberante de del Toro, a la que le gusta detenerse en los cuadros de actores posando en medio de decorados exagerados- distorsionan el proceso, especialmente en sus primeros compases. Stanton Carlisle (Cooper) es un vagabundo de los años 30 que se presenta arrastrando un cuerpo en un agujero en el suelo de una granja en ruinas como si fuera un mono. Esto es deliberado, dado que se trata de una tragedia sobre la bestialidad del hombre, que se hace más evidente una vez que Stanton llega a una feria de almas perdidas y se siente inmediatamente fascinado por la mayor atracción del propietario Clem (Willem Dafoe): el friki, un borracho explotado y drogadicto que muerde las cabezas de los pollos para el entretenimiento de los clientes. Puede que no haya monstruos reales en la película de Del Toro, sólo hombres desgraciados, pero como devoto aficionado al terror, el autor se asegura de detenerse en la horripilante alimentación del friki, al igual que se fijará más tarde en el rostro mutilado de una víctima.
Stanton es un personaje turbio con una mirada fríamente calculadora, y finalmente consigue un trabajo en la feria y se abre camino en la órbita de dos mentalistas, la sexy Zeena (Toni Collette) y el borracho Pete (David Strathairn), mientras se enamora de la inocente Molly (Rooney Mara), que se gana la vida asombrando a los clientes electrificándose literalmente cada noche. Una vez que Stanton roba los secretos de Pete para una rutina de lectura de la mente imperdible, comienzan a saltar chispas entre él y Molly. En 1941, han dejado el circo para triunfar en la ciudad elegante, donde Stanton humilla y luego se asocia con la astuta psicóloga Dra. Lilith Ritter (Blanchett), cuya habilidad para leer a la gente es casi tan grande como la de Stanton, y cuyo reluciente peinado rubio platino haría que Barbara Stanwyck se pusiera verde de envidia. Juntos, traman un plan para estafar a los ricos -incluyendo a la mujer de un juez (Mary Steenburgen) y a un amenazante magnate (Richard Jenkins)- fingiendo que se comunican con sus seres queridos. No pasa mucho tiempo antes de que la calamidad caiga sobre todos, en el proceso de validar la advertencia temprana de Pete de que, una vez que un embaucador comienza a creer que sus trucos son reales, la muerte sigue.
El callejón de las pesadillasLos pasajes iniciales de Nightmare Alleyse alargan, deleitándose con espeluznantes vistas de atracción de feria de calaveras, demonios, globos oculares, espejos de feria y diseños en espiral (así como algunos incidentes empapados por la lluvia, por la perpetua afición de del Toro a la suciedad) que se presentan como un intento del director de la estética del último Tim Burton. El ritmo -y el calor- aumenta considerablemente una vez que Stanton se traslada a la jungla urbana y abraza más su depredador interior. En ese momento, la interpretación de Cooper cobra vida, aunque la ambición autodestructiva que debería impulsar a Stanton nunca llega a materializarse; laEl aplomo seguro y arrogante del personaje se mantiene durante tanto tiempo que su caída es demasiado abrupta. Aun así, el trabajo de Cooper en la escena final es una excelente culminación de la caída en picado de Stanton, y supera con creces a la mayor parte del resto del reparto, que se ve relegado a interpretar tipos anodinos y coloridos (Colette, Dafoe, Jenkins, Ron Perlman como hombre fuerte protector), o bien, en el caso de Blanchett, una caricatura de mujer fatal tan deliberadamente amplia y amanerada que no hace más que adoptar poses amenazantes y seductoras y lanzar frígidas sonrisas y miradas a su posible compañero de fechorías.
El cine negro (y su progenie neo-noir) se define, en mayor o menor medida, por sus afectaciones idiosincrásicas. Sin embargo, como otra continuación hiperestilizada del noir que triunfa como Mejor Película, la película de Sam Mendes Camino a la perdición, El callejón de las pesadillas El guión de Morgan y del Toro presenta temas relacionados con el alcoholismo, el fuego y tres visiones de la feminidad en Molly, que compiten entre sí. El guión de Morgan y del Toro presenta problemas de alcoholismo, motivos de fuego y tres visiones opuestas de la feminidad en Molly (virginal), Zeena (lasciva) y Lilith (rapaz), además de cargar a Stanton con abundantes cuitas de mamá y papá. Desgraciadamente, no son más que un revoltijo de temas secundarios sin importancia que compiten por la atención a expensas del núcleo de la historia, que es como el ascenso y la caída de Ícaro. Desde sus exuberantes localizaciones y su elaborado trabajo de cámara hasta su sobredimensionada trama y su barroca partitura (cortesía de Nathan Johnson), del Toro se esfuerza en buscar la grandeza en cada oportunidad, y el efecto es ahogar la verdadera oscuridad de la acción en la espectacularidad de la mirada.
Aunque el afecto de del Toro por el cine negro es evidente, su sensibilidad resulta ser poco natural para el género; es demasiado friki de las películas de monstruos y romántico para captar su brutal crudeza. A pesar de algunos momentos de inspirada grandeza, El callejón de las pesadillases un tributo ornamental más que el verdadero negocio, y el hecho de que crea que es esto último, en última instancia, va un largo camino para amasar su potencia.