Crítica: El torpe biopic de Whitney Houston empaña la habilidad de su estrella

 Crítica: El torpe biopic de Whitney Houston empaña la habilidad de su estrella

La voz de Whitney Houston era única y el equipo creativo detrás de un nuevo biopic de gran presupuesto de la cantante no tuvo más remedio que estar de acuerdo.

Naomi Ackie, que interpreta a Houston en “I Wanna Dance With Somebody”, hace una interpretación feroz, pero se le pide que sincronice los labios con los mayores éxitos de Houston. El efecto es, en el mejor de los casos, el de una costosa sesión de karaoke.

El dilema en el que el prodigioso don de la propia Houston pone a todo el mundo es comprensible: Encontrar a alguien que se parezca a la cantante ya es bastante difícil; encontrar a alguien que también tenga la asombrosa y agitada capacidad vocal es una misión imposible.

Pero la solución habría sido elegir entre centrarse en la historia de Houston o hacer un documental en el que cantara. Es injusto pedirle a Ackie que actúe con todo su corazón y, al mismo tiempo, hacer que ejecute grandes partes de las icónicas actuaciones en directo de Houston en modo mímico. Es un cañón insólito.

La película está escrita por Anthony McCarten, que contó la historia de Freddie Mercury en “Bohemian Rhapsody” y está viviendo un gran momento con dos espectáculos en Broadway: “The Collaboration”, sobre los artistas Andy Warhol y Jean-Michel Basquiat, y “A Beautiful Noise”, un musical sobre Neil Diamond. Está claro que McCarten ha impresionado a los productores con su habilidad para contar las historias de iconos modernos, pero con Houston el gancho es, bueno, la presión del negocio.

“I Wanna Dance With Somebody” es más bien un episodio de “Behind the Music” ambientado en el álbum de grandes éxitos de Houston. Recurre a todos los clichés: padres autoritarios, novios malotes y montajes vertiginosos y llenos de champán en la subida y montajes hoscos en la bajada, mientras es perseguida por los paparazzi.

Houston es retratada como una mujer que aprovecha su destino sólo al final de su corta vida después de luchar con la carga de ser el sostén de la familia durante la mayor parte de ella.

“Todo el mundo me utiliza como un cajero automático”, grita en un momento dado.

Stanley Tucci interpreta a un Clive Davis apagado y preocupado -el ejecutivo discográfico ayudó a producir la película y sale como un príncipe- y Nafessa Williams está soberbia como la mejor amiga, mánager y amante de Houston.

McCarten sitúa el clímax de la vida de Houston en los American Music Awards de 1994, donde ganó ocho premios e interpretó un popurrí de canciones. Es donde la cámara de la directora Kasi Lemmons empieza y termina, parte de una insoportable sección final de despedida al icono que dura lo que parece una hora y termina con una pesada declaración escrita de que Houston fue la “mayor voz de su generación”.

Hay que dar crédito a la herencia de Houston por no desinfectar la vida de Houston, mostrando su temprana relación amorosa con una mujer, sus insistentes y exigentes padres, la reacción violenta de algunos miembros de la comunidad negra y no rehuir el descenso a las drogas que la mataría en 2012 a los 48 años.

“Para cantar con los dioses, a veces necesitas una escalera”, racionaliza Houston en la película.

Algunos momentos destacados de la película incluyen a Houston y Davis eligiendo canciones de éxito en su despacho y las recreaciones del rodaje del vídeo “How Will I Know” y la triunfal actuación de Houston en el himno nacional en la Super Bowl XXV. La diseñadora de vestuario Charlese Antoinette Jones ha recreado alegremente los looks clave, desde el lazo para el pelo y los calentadores de brazos de Houston hasta el impresionante vestido de novia con sombrero cloche de cuentas y lentejuelas.

Menos lograda está la sección que explora su rodaje de “El guardaespaldas” -los realizadores intentan hacer pasar un viejo clip de Kevin Costner en el plató, un truco que vuelven a intentar más tarde con Oprah- y el retrato del marido Bobby Brown no está matizado, dejándolo como el claro villano de la pieza. Lemmons (“Harriet”) también utiliza una imagen recurrente de un grifo goteando, una forma sin gracia de presagiar su muerte.

La interpretación de Ackie es digna de aplauso, alcanzando el tipo de autenticidad que canalizó Andra Day cuando también abordó a un icono musical condenado en “Los Estados Unidos contra Billie Holiday.”

Pero tanta torpeza, las escenas que presentan un dramatismo exagerado poco natural y la autenticidad comprometida de las interpretaciones arrastran a “I Wanna Dance With Somebody” hacia abajo – en última instancia, no está bien, pero sólo está bien.

“I Wanna Dance With Somebody”, estreno de Sony Pictures exclusivo en cines el 23 de diciembre, está clasificada PG-13 por “fuerte contenido de drogas, algo de lenguaje fuerte, referencias sugerentes y fumar”. Duración: 146 minutos. Dos estrellas de cuatro.

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MPAA Definición de PG-13: Padres fuertemente advertidos. Parte del material puede ser inapropiado para menores de 13 años.

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En línea: https://www.iwannadancewithsomebody.movie

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Mark Kennedy está en http://twitter.com/KennedyTwits

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