Olvídate de ‘Don’t Worry Darling’-‘The Wonder’ es la actuación de Florence Pugh que tienes que ver

Las películas de Sebastián Lelio sobre el dolor y la resiliencia de las mujeres también son comentarios sobre el propio cine, y eso es algo que se hace con creces -aunque no menos complejo y fascinante- mediante La maravilla (2 de noviembre en cines; 16 de noviembre en Netflix), la adaptación del director chileno de la novela homónima de Emma Donoghue de 2016. Co-escrito con Donoghue y Alice Birch, y liderado por una actuación intensamente enroscada de Florence Pugh, el drama del siglo XIX de Lelio es un retrato multifacético de la narración: la forma en que ilumina y engaña, nos dice lo que anhelamos escuchar y reenvía los mitos que queremos perpetuar, y nos ciega a la verdad incluso cuando nos abre los ojos a ella. Inquietante, desgarrador y alentador a partes iguales, es un relato sobre la capacidad de las narraciones para transformar, destruir, resucitar, encarcelar y liberar.

Los intereses autoconscientes de Lelio son evidentes desde los primeros momentos de La maravillaen el que la cámara observa la parte trasera de un escenario cinematográfico -lleno de andamios y otros equipos- antes de hacer un barrido hacia el decorado interior del barco, mientras un narrador (que más tarde se revelará como Kitty de Niamh Algar) anuncia: “Hola. Esto es el principio. El comienzo de una película llamada La Maravilla. Las personas que van a conocer, los personajes, creen en sus historias con total devoción. No somos nada sin historias”. Ese sentimiento será repetido más tarde por más de un personaje, al igual que lo refleja la acción propiamente dicha, que se centra en una enfermera inglesa llamada Lib Wright (Pugh) que, en 1862, es llamada a la Irlanda asolada por la hambruna para observar a una joven llamada Anna O’Donnell (Kila Lord Cassidy) que ha sobrevivido durante cuatro meses sin comer.

Lib ha recibido el encargo de esta “observación” por parte de un comité de líderes masculinos de la comunidad, entre los que se encuentran el párroco del clan O’Donnell (Ciarán Hinds) y el Dr. McBrearty (Toby Jones), que están divididos entre si el origen de este sorprendente giro de los acontecimientos es científico o religioso. Para ello, estos hombres han contratado a una monja (Josie Walker) para que se reparta las tareas de supervisión con Lib, y todos ellos tienen diversas razones para querer que se verifique la explicación que prefieren para la supervivencia de Anna. También lo hace la madre de Anna, Rosaleen (Elaine Cassidy), que está convencida de que su hija está siendo honesta cuando afirma que su única fuente de alimentación durante este tramo ha sido “maná del cielo”. Lib, sin embargo, no está segura de que haya ninguna obra santa en juego, y su preocupación por Anna pasa de seria a grave al pasar tiempo con la adolescente, esto a pesar de que, considerando su inexistente dieta, Anna parece inicialmente estar en fantástica forma.

Mientras Lib se esfuerza por llegar al fondo de la historia de Anna, La Maravilla revela la suya propia, que involucra a una joven hija fallecida, un marido fugitivo y un frasco de alguna sustancia sin nombre (¿láudano?) que, junto con un pinchazo en el dedo, la ayuda a sobrellevar su dolor. Lib se dice a sí misma que sólo está ahí por Anna, pero eso es un cuento reconfortante que pretende ocultar sus motivaciones privadas, y la tensión entre las responsabilidades profesionales y personales se complica aún más con la llegada de William Byrne (Tom Burke), un periodista londinense que está en Irlanda para escribir sobre Anna, a la que no cree y piensa que Lib debe salvar. Como todos en esta saga, William es una víctima -y superviviente- de la pérdida familiar, lo que le une a Lib y, al hacerlo, le convierte en un vehículo potencial para su segunda oportunidad de ser feliz.

La escena introductoria de la película no es su único gesto meta; en dos ocasiones posteriores, Kitty se dirige directamente al público (“No somos nada sin historias”), mientras que Lib (“Cuentan sus historias”) y William (“Es una actriz”) articulan aún más las preocupaciones más amplias del director. La maravilla es un compendio de ficciones altruistas e interesadas -sobre la angustia y el sufrimiento, sobre la condenación y la salvación- incluso cuando confiesa ser una de ellas. Al igual que su anterior Gloria y Una mujer fantásticaLa última película de Lelio es una investigación cinematográfica sobre el modo en que las mujeres quieren ser -y son- vistas en una sociedad intrínsecamente patriarcal. En consecuencia, la acción está plagada de primeros planos de sus personajes mirándose unos a otros, y a la cámara, en un intento de extraer la realidad de la apariencia.

La naturaleza ilusoria de lo que se ve en la vida y en la pantalla está personificada en el regalo que William le hace a Anna: un taumatropo, un juguete con un disco con un pájaro y una jaula a cada lado que, cuando se hace girar con un trozo de cuerda, provocalas dos imágenes se superponen. Al igual que el motivo aviar de la película tiene su eco en los extraños gorjeos y graznidos que puntúan la enigmática partitura de Matthew Herbert, el juguete de William habla de temas relevantes como el confinamiento y la liberación, nociones evocadas con fuerza por la propia Pugh en un tour de force de expresividad contenida. Lib es una mujer acorralada por todos lados, y la actriz transmite su miseria, así como sus certezas y dudas respecto a Anna, con una compostura formidable, de tal manera que parece estar en completo control de sí misma y a la vez en el precipicio de ceder a impulsos más rastreros, que resultan ser al mismo tiempo desinteresados y egoístas. Su matizada actuación es una maravilla de frustración y desesperación, y confirma su estatus como una de las más brillantes luces de Hollywood.

“Su matizada actuación es una maravilla de frustración y desesperación, y reconfirma su estatus como una de las luces más brillantes de Hollywood.”

Como objeto de la atención vigilante de todos, Anna es equiparada por Lelio con el cine, un fenómeno mágico que es a la vez real e irreal. El truco de Lelio es hacer que sus ideas más grandes sean claras sin permitir que interfieran con el misterio central de su material; genera una intriga persistente a partir de la indagación de Lib sobre la desconcertante condición de Anna. Sus majestuosas composiciones, impregnadas de temor y ansiedad, y ocasionalmente unidas por oníricos fundidos de transición, hacen que el director se adentre en una inquietante vena de abandono y delirio. También crea conexiones cargadas entre lo micro y lo macro, con la hambruna de Anna demostrando ser una extensión de la Gran Hambruna que, aunque quizás técnicamente haya terminado, sigue persiguiendo al país.

Una historia sobre el desgaste que llega al clímax con el renacimiento -facilitado por individuos que cambian sus nombres con el fin de habitar los papeles que codician-.La maravilla es una obra de época como pocas, en sintonía con la opresión y el tormento históricos y, sin embargo, intrínsecamente moderna en su forma y espíritu. Es, sencillamente, una maravilla, lo que también puede decirse de su consumado director y de su estrella.

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