KABUL, Afganistán (AP) – Incluso antes de que los talibanes prohibieran a las mujeres afganas trabajar en grupos no gubernamentales, sus fuerzas visitaron varias veces la oficina de una organización local en la capital, Kabul, para comprobar que el personal femenino obedecía las normas sobre códigos de vestimenta y segregación por sexos.
Las mujeres de la oficina ya habían extremado las precauciones, con la esperanza de evitar problemas con los talibanes. Llevaban ropa más larga y máscaras junto con el pañuelo islámico y permanecían separadas de sus compañeros varones en el lugar de trabajo y en las comidas, según dijo una empleada de la ONG a The Associated Press.
“Incluso cambiamos las horas de entrada y salida de la oficina porque no queríamos que nos siguieran” los talibanes, dijo, hablando con la condición de que no se utilizara su nombre, su cargo ni el nombre de su organización por temor a represalias.
No fue suficiente. El sábado, las autoridades talibanes anunciaron la exclusión de mujeres de las ONG, supuestamente porque no llevaban correctamente el pañuelo, o hiyab.
La medida llevó a las agencias internacionales de ayuda a detener sus operaciones en Afganistán, aumentando la posibilidad de que millones de personas se queden sin alimentos, educación, atención sanitaria y otros servicios críticos durante los duros meses de invierno.
La agencia que coordina las labores de desarrollo y ayuda en Afganistán, ACBAR, calcula que muchos de sus 183 miembros nacionales e internacionales han suspendido, detenido o reducido sus actividades y servicios humanitarios desde que entró en vigor la orden.
Estos miembros emplean entre todos a más de 55.000 afganos, de los cuales alrededor de un tercio son mujeres. La agencia afirma que el personal femenino desempeña un papel esencial en las actividades de las ONG, prestando servicios humanitarios y respetando al mismo tiempo las costumbres tradicionales y religiosas.
Aun así, las mujeres de algunas organizaciones locales intentan seguir prestando servicios en la medida de lo posible, sin llamar la atención y pagando a su personal mientras continúen los fondos de los donantes.
La trabajadora de la ONG, que tiene dos másteres y tres décadas de experiencia profesional en el sector educativo de Afganistán, quiso ir a la oficina por última vez para recoger su ordenador portátil, pero su director le advirtió que no lo hiciera porque había talibanes armados fuera del edificio.
Está decidida a seguir ayudando a los demás, aunque ahora trabaje desde casa.
“Es mi responsabilidad tender la mano a las mujeres y las niñas y prestarles servicios”, afirma. “Trabajaré hasta el final de mi vida. Por eso no me voy de Afganistán. Podría haberme ido, pero otras mujeres buscan mi ayuda. Si nosotras fracasamos, fracasan todas las mujeres”.
Su ONG asesora a las mujeres en materia de iniciativa empresarial, atención sanitaria, asesoramiento social y educación. Sus actividades se realizan presencialmente en la capital, Kabul, y en otra provincia. Ha ayudado a 25.000 mujeres en los últimos seis meses y espera ayudar a otras 50.000 en los próximos meses, aunque no está claro cómo lo hará, dado que la mayoría de su personal fijo y temporal son mujeres.
A pesar de haber prometido inicialmente un gobierno más moderado, los talibanes están aplicando su interpretación de la ley islámica, o sharia.
Han prohibido que las niñas vayan a la escuela secundaria, al instituto y a la universidad, han restringido el acceso de las mujeres a la mayoría de los empleos y les han ordenado que vistan de pies a cabeza en público. Las mujeres también tienen prohibido el acceso a parques, gimnasios y otros espacios públicos.
La trabajadora de la ONG dijo que muchas mujeres con estudios se marcharon tras la toma del poder por los talibanes en agosto de 2021, lo que costó a la sociedad civil afgana gran parte de su capacidad y experiencia.
“Han estado atacando a las mujeres desde el principio. ¿Por qué se enemistan con las mujeres? ¿Acaso no tienen esposas, hermanas y madres?”, dijo. “Las mujeres a las que ayudamos no tienen ordenadores, no tienen Zoom. Es difícil hacer este trabajo sin estar cara a cara. Pero tengo la esperanza de que podamos reanudar nuestro trabajo en las próximas semanas.”
Otra trabajadora de una ONG afgana prevé que la financiación de los donantes se detendrá debido al descenso de la participación femenina. También habló con la condición de no ser identificada para protegerse a sí misma, a sus colegas y a las organizaciones asociadas.
Se siente frustrada pero no conmocionada por la última orden de los talibanes. Su pragmatismo la lleva a creer en la importancia de colaborar con los talibanes como gobernantes de facto del país. “Pagamos la factura de la luz a los talibanes, nos sacamos el carné de identidad con ellos. Es necesario que más afganos encuentren la manera de sentarse con ellos. Tenemos que decirles que estos problemas no son ajenos”.
Pero otros saben que el diálogo con los antiguos insurgentes tiene sus límites.
“No les importan los derechos que el Islam otorga a las mujeres, no funciona con ellos”.afirma una mujer de Kabul que dirige una ONG nacional. “Conozco la importancia del trabajo de las mujeres y su impacto en nuestras beneficiarias”.
No quiso dar sus datos personales por miedo a ser identificada, y su padre se ha vuelto más protector con ella tras las restricciones de los talibanes.
Dirige una organización que lleva décadas trabajando en Afganistán. Emplea a 242 personas, 119 de las cuales son mujeres.
Sus retos inmediatos son prosaicos, con sólo unas pocas horas de electricidad al día es difícil trabajar desde casa. Tiene la suerte de vivir cerca de la oficina y puede desplazarse con rapidez y discreción en caso de necesidad, pero sus empleadas, que están más lejos, no pueden hacerlo. Echa de menos la comodidad de trabajar en una oficina y el compañerismo que ello conlleva.
Según ella y otras personas, hasta ahora la prohibición no se ha hecho cumplir universalmente. Es más estricta con las mujeres que trabajan en oficinas en las ciudades, pero algunas mujeres de zonas rurales, sobre todo las que trabajan sobre el terreno prestando asistencia sanitaria y ayuda humanitaria crítica, han podido trabajar. Afirmó que las provincias situadas fuera de Kabul y Kandahar, cuna espiritual de los talibanes, son más favorables al trabajo de las ONG, lo que le infunde esperanzas.
Sus donantes son comprensivos y mantienen los salarios y los gastos de funcionamiento de la ONG. Ahora hay que esperar, dice, a ver cómo responden las Naciones Unidas y el resto de la comunidad internacional a la última orden de los talibanes.
“Sólo tengo que sobrevivir en esta situación actual”, suspira.