El acto de dar a luz biológicamente es una carga de la que las mujeres deben ser -y son- liberadas en La Generación Pod, la película de Sophie Barthes sobre un futuro marcado por un servicio de alta tecnología que permite a las humanas tener bebés en huevos lisos y relucientes controlados por aplicaciones, conocidos como vainas. Estos úteros desmontables son un regalo del cielo para las madres que quieren dar prioridad a sí mismas y a sus carreras por encima de sus deberes de parto, aunque no están exentos de inconvenientes, como pronto aprenderá una pareja que decide procrear a través de este medio tan moderno.
Estrenada en el Festival de Sundance de este año (donde ya ha ganado el Premio Alfred P. Sloan de Largometrajes), La Generación Pod es una sátira social sobre nuestra dependencia de lo sintético y sobre las actitudes masculinas y femeninas hacia la paternidad. Su concepción de ciencia ficción y su imaginativa construcción del mundo son, al menos inicialmente, intrigantes.
La civilización imaginada por Barthes considera la naturaleza como un obstáculo no deseado que debe ser sustituido, siempre que sea posible, por la tecnología. Así, los espacios domésticos y profesionales están gobernados por asistentes virtuales expertos, la terapia está a cargo de psiquiatras de inteligencia artificial y las interacciones con la naturaleza tienen lugar a través de hologramas y “cápsulas de naturaleza” que simulan la sensación de estar en el bosque o en el océano.
Rachel (Emilia Clarke) es una próspera empleada de una empresa que fabrica productos similares a Alexa, el último de los cuales es uno pequeño que, al igual que su psiquiatra informático (al que pone voz Kathryn Hunter), cuenta con un único ojo móvil y parpadeante, y abraza la frontera mecánica en la que está ayudando a ser pionera con un entusiasmo confiado.
Eso la convierte en el polo opuesto de su marido Alvy (Chiwetel Ejiofor), un botánico que da clases en la universidad local y que, por lo demás, pasa el tiempo en su apartamento de un rascacielos cuidando algunas de las muchas plantas que parecen estar al borde de la extinción. Son una pareja de la era espacial. El primero de muchos saltos de fe requeridos por La Generación Pod es creer que los dos serán una pareja feliz, dado que tienen visiones fundamentalmente disímiles sobre la sociedad contemporánea, la presencia intrusiva de la tecnología y su futuro camino juntos.
A pesar de sus diferencias fundamentales, Alvy y Rachel quieren tener hijos. Sin embargo, a pesar de soñar habitualmente con mirarse en un espejo y pasear por la playa mientras está embarazada y/o acunando a un bebé, Rachel es mucho más abierta de mente que su cónyuge con respecto al Womb Center, una instalación corporativa (encarnada por la arrogante y espeluznante vendedora Rosalie Craig) que, por un precio considerable, permite a hombres y mujeres concebir mediante inseminación artificial e incubación en una brillante cápsula.
Los orbes se cargan en una gran base y se alojan en el Centro (salvo un breve periodo en casa) para que las madres puedan escapar de la onerosa tarea de lidiar con la carga física y emocional que suele conllevar el embarazo. Con su amiga y compañera de trabajo Alice (Vinette Robinson) al oído alabando los beneficios de este proceso supuestamente feminista, Rachel acepta el Centro Womb como una opción ideal. Cuando se abre una plaza en la lista de espera y le ofrecen una visita, aprovecha la oportunidad, a espaldas de Alvy.
Sorpresa, sorpresa, a Alvy -a quien le encanta meter las manos en la tierra, y que incita a sus nerviosos alumnos a comer alimentos que realmente han crecido en los árboles- no le hace ninguna gracia enterarse de que Rachel se ha lanzado de cabeza a esta aventura sin hablar antes con él. No obstante, en una de La Generación PodSin embargo, en uno de los muchos y torpes giros seriocómicos de The Pod Generation se enoja durante un rato y luego cede ante su mujer porque ella realmente quiere un bebé vaina y él está deseando ser padre.
Resulta que, técnicamente, él no es necesario para el procedimiento; si la pareja desea una niña, ésta puede crearse únicamente a partir del material genético de Rachel. Sin embargo, una vez que ha firmado el contrato y ha visto cómo su esperma fecunda el óvulo de Rachel en tiempo real en una pantalla gigante, se adapta a su proyecto reproductivo y lleva la cápsula en un cabestrillo estilo BABYBJÖRN en el que la cápsula se sienta en su vientre como si estuviera embarazada, y le pone música y le habla para crear un vínculo con el niño que lleva dentro.
Barthes amplía el universo de su historia con muchos toques de inventiva (como una impresora 3D para tostadas), y al igual que su esquema visual y los diseños de sus artilugios están definidos por luces brillantes de colores cálidos y formas redondeadas, su acción se desarrolla en tonos suaves y tranquilizadores. La Generación Pod es una visión de la atención digital desbocada, y lo mejor está en sus detalles. Por desgracia, éstos sonsecundario a su trama real, que establece divisiones opuestas obvias (naturaleza y tecnología; madres y padres; urbano y rural) y luego no hace nada novedoso con ellas.
El giro irónico de la trama es de lo más predecible y, lo que es peor, se desarrolla de una manera tan serena que su impacto humorístico se pierde por completo. Lo mismo puede decirse del tercer acto de la película, en el que las decisiones precipitadas y temerarias dan lugar a un suspense y un humor escasos, todo envuelto en una neblina narcotizada y difusa.
La Generación Pod es una celebración de los sueños (como ventanas al alma, y por tanto algo exclusivamente humano) y de las conexiones orgánicas que resuenan como artificiosas, lideradas por una interpretación de Emilia Clarke que nunca alcanza el equilibrio adecuado entre sutileza y exageración. Los ojos de Clarke se abren con frecuencia y su sonrisa se hace enorme de una manera que pretende ser cómica pero que resulta desagradable. Esas expresiones chocan con los pasajes de insistencia y sensibilidad en los que la niña se duerme -parecidos a horribles anuncios de Big Pharma- y se muestra amorosamente contenta en compañía de su bebé.
El Alvy de Ejiofor es el único que provoca algo parecido a una carcajada, sobre todo cuando se enfurece y consterna por la tecnología omnipresente. Sin embargo, también es un dispositivo bidimensional, ahí para hacer de yin para el yang de Rachel en un sermón irritantemente serio sobre la primacía -en la maternidad y en general- de volver a lo básico.
Ni tan aterradora ni tan divertida como podría ser su premisa,La Generación Podse mueve en una longitud de onda plácida y autocomplaciente. Burlándose ligeramente de nuestra dependencia de las aplicaciones y las máquinas, y ofreciendo acogedoras lecciones de vida sobre la desconexión de la carrera de ratas tecnológicas y la sintonización con las personas de carne y hueso que amamos y el mundo natural que se ve amenazado por nuestra preferencia por la comodidad sobre la experiencia genuina y espinosa, es una película a la que le vendrían bien algunos bordes más afilados.
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