La cuestión de cómo sentirse con respecto al arte creado por artistas monstruosos ha pasado a primer plano en la última década por cortesía de los escándalos de alto perfil que involucran, entre otros, a Bill Cosby, Woody Allen y Michael Jackson. SpectorLa docuserie de cuatro partes de los directores Sheena M. Joyce y Don Argott (4 de noviembre) sobre el legendario productor musical “Wall of Sound”, Phil Spector, admite no tener una respuesta absoluta al respecto. Lo que sí sabe, sin embargo, es que Spector fue culpable del asesinato de la actriz Lana Clarkson, de 40 años, el 3 de febrero de 2003, en la casa palaciega del magnate, Pyrenees Castle, en Alhambra, California. Un examen de un titán maníaco cuyas compulsiones acabaron en asesinato, es tan imparcial y exhaustivo como condenatorio más allá de toda duda razonable.
Spector asistió a su juicio con una variedad de pelucas extravagantes que fueron resaltadas por un afro gigante que se convirtió en una broma de la cultura pop y se mantiene como su imagen definitoria, no sólo por su pura ridiculez, sino porque habla de su enajenación. Spector deja claro que el asesinato del productor recluso en 2003 no fue un incidente aleatorio, sino la culminación de compulsiones y complejos de toda la vida, que comenzaron a una edad temprana, cuando su padre se suicidó y, en consecuencia, lo ensuciaron con problemas de abandono. Además, su madre y su hermana eran, al parecer, una pareja tiránica con la que se peleaba violentamente, lo que le inspiró una combatividad -y, se supone, una ira latente contra las mujeres- que se agravó cuando el clan se trasladó a Los Ángeles y Spector, que asistía al instituto de Fairfax, demostró ser un niño prodigio de la música.
Con su grupo The Teddy Bears (junto a la cantante Carol Connors, que es una de las muchas colaboradoras y conocidas que aparecen aquí), Spector, de 19 años, consiguió un éxito rotundo con “To Know Him Is to Love Him”, de 1958, un título tomado de la lápida de su padre. En poco tiempo, creó su propio sello discográfico (y se separó de su controladora madre y hermana) y desarrolló un estilo sinfónico único conocido como “Wall of Sound” que se convirtió en la auténtica banda sonora de una generación. A través de entrevistas, clips y grabaciones de archivo y fotografías, Spector capta no sólo la naturaleza revolucionaria de ese enfoque, sino la forma en que llegó en el momento oportuno, ayudando a crear una cultura adolescente moderna -y hasta entonces inexistente-. Le seguirían éxitos sísmicos con artistas de la talla de Tina Turner y los Righteous Brothers, consolidando su estatus de genio musical.
Spector estaba a la vanguardia y, además, era la verdadera estrella de sus canciones. Connors, Darlene Love, LaLa Brooks de The Crystals y otros discuten cómo Spector veía a los músicos como meras herramientas para su propio virtuosismo, una noción subrayada por fragmentos de sus apariciones en Easy Rider y I Dream of Jeannie, así como en The Merv Griffin Show. En este último caso, Spector se muestra arrogante, maniático y combativo, que eran también facetas clave de su persona. Spector está plagado de anécdotas sobre el productor blandiendo armas (y apuntando a las cabezas de la gente) en el estudio, y esa violencia estaba intrínsecamente mezclada con su soledad, inseguridades de hombre pequeño, misoginia dominante -epitomizada por su matrimonio aislante con Ronnie Spector, del que ella literalmente huyó, descalza- y su persistente complejo de persecución.
Gran parte de Spector está impulsada por los comentarios del periodista Mick Brown, cuya entrevista con Spector para un artículo en una revista (tres semanas antes de su detención) proporcionó una rara visión de su mundo retraído. Los directores Joyce y Argott presentan partes de las grabaciones de audio de esa charla y de los propios vídeos de Spector posteriores a su detención para captar una sensación de su retorcido espacio mental, todo ello mientras varios participantes -incluida su hija Nicole- relatan sus dificultades con el alcohol y las enfermedades mentales, para las que tomaba innumerables medicamentos con receta. El alcohol y las pastillas no son una buena combinación, y está claro que esa dieta sólo alimentó su inestabilidad y reclusión.
Los problemas e impulsos volátiles de Spector acabaron por provocar una tragedia el 3 de febrero de 2003, cuando visitó el House of Blues durante una juerga y conoció a Clarkson. Clarkson, una belleza escultural con un currículum repleto de papeles en películas de serie B y comerciales, era una de las innumerables actrices en ciernes de Hollywood que luchaban por triunfar, y tras una horrible lesión de muñeca que había hecho descarrilar temporalmente su carrera, trabajaba en la puerta del club como medio para conocer gente con la esperanza de poner en marcha sufortuna. Allí se encontró con Spector y, a pesar de no saber quién era, aceptó -después de que le dijeran que lo tratara como al dueño de House of Blues, Dan Aykroyd- volver al Castillo de los Pirineos para tomar una copa. Fue un error catastrófico, que la llevó a la muerte por un disparo en el vestíbulo de él, y a un caso que conmovió a un país que ya se tambaleaba por la absolución de los acusados de asesinato de celebridades O.J. Simpson y Robert Blake.
“Sería un error catastrófico, que llevaría a la muerte de ella por un disparo en el vestíbulo de él, y un caso posterior que conmovió a un país que ya se tambaleaba por las absoluciones anteriores de los acusados de asesinato de celebridades O.J. Simpson y Robert Blake.”
SpectorLa primera presentó argumentos poco convincentes sobre la inocencia de su cliente -que se basaba en la idea de que Clarkson se había suicidado, supuestamente confirmada por las pruebas forenses- y el segundo resultó ser un fiscal firme y admirable, decidido a hacer justicia. A pesar de que un jurado inicial no llegó a una decisión, Jackson siguió adelante, y más de un familiar y amigo de Clarkson se asegura de elogiarle por su dedicación a no dejar que Spector saliera libre simplemente porque tenía el dinero, la influencia y la reputación para hacerlo en una ciudad que valoraba esas cosas por encima de todo.
La docuserie de Joyce y Argott establece de forma concluyente la culpabilidad de Spector, así como la confluencia de fuerzas que le llevaron a cometer su atroz acto. Pero aún más conmovedor es su deseo -expresado abiertamente por varios entrevistados- de restablecer el buen nombre de Clarkson, una actriz muy trabajadora a la que el equipo de defensa de Spector y los medios de comunicación denigraron como un mero fracaso de serie. Con una empatía palpable, redime a Clarkson entendiéndola como un ser humano tridimensional, astuto, querido y ambicioso, cuya vida se vio truncada sin otra razón que la de haberse cruzado con un hombre violentamente desquiciado. Puede que no fuera una leyenda pionera como su asesino, pero Spector demuestra que ella es la única de esta triste y sórdida saga que merece ser recordada.