Una de las grandes delicias de la temporada navideña es pasar un susto de lo más acogedor, sobre todo cuando es inesperado. Halloween se lleva la fama de terrorífico, pero la Navidad es la verdadera temporada de espantos potenciales. Los días son absurdamente cortos, como si la noche se impusiera a la luz. Reflexionamos sobre el pasado, sobre los que hemos conocido, amado y perdido, en este batiburrillo emocional de planos cósmicos y temporales. A menudo estamos crudos, vulnerables y, seamos sinceros, en nuestras copas; en otras palabras, somos presa fácil de las cosas que nos dan escalofríos.
Siempre he pensado que algunas de las obras de arte y entretenimiento más terroríficas estaban dirigidas a los niños. No porque quiera traumatizar a los niños, sino porque creo que tienen una capacidad de asombro que los adultos a menudo no tienen, y puede ser como si el niño estuviera en el embrujo, lo que hace una forma agradable de posesión.
No hay mejor ejemplo en el canon de los dibujos animados de Navidad que la interpretación de Charles Dickens Cuento de Navidad que se emitió por primera vez hace cincuenta años, en 1971. No conozco a mucha gente que lo conozca, incluso Carol aficionados, o amantes de la versión de acción real de 1951 de la novela llamada Scrooge. Esta última es una película de terror directa, y una madura para nuestra época con sus temas de depresión, automedicación, desconexión y mentiras sobre la llamada “mejor vida”.
Tengo un gran interés en esa película, porque acabo de publicar un libro sobre ella y todos sus sustos. Menciono el largometraje aquí porque estaba protagonizado por Alastair Sim en el turno definitivo como el avaro, y por el talentoso actor de carácter Michael Hordern como un Jacob Marley que te dará un susto de muerte -o te hará mojar los pantalones, al estilo de uno de esos muñecos de bebé extrañamente auténticos.
Scrooge es en parte expresionismo alemán en el molde de Nosferatu y El gabinete del Dr. Caligari, con aspectos del ciclo de terror clásico de Universal de Drácula, Frankenstein, y La Momia. Si se entra en cualquier momento, apenas se sabrá que se trata de una película navideña. Los pasteles de carne, la alegría y los árboles de guirnaldas brillantes han sido sustituidos por decorados sombríos y un sombrío invierno del alma.
Me topé con la película por accidente cuando era pequeño. Pero hasta pasados varios años no tuve la menor idea de que Sim y Hordern repetían sus papeles en lo que debe ser el dibujo animado navideño más retorcido jamás realizado, si hablamos de un programa destinado a los niños.
La película de animación, de media hora de duración, fue dirigida por Richard Williams, un virtuoso de la forma que posteriormente fue director de animación en Quién engañó a Roger Rabbit. Comenzamos con lo que parece ser un Big Ben estarcido que cobra vida como si residiera dentro de una caja de Joseph Cornell, viajando por la esfera del reloj, la estructura, los tejados del horizonte, los edificios de Londres, con el curioso efecto de que también parece viajar hacia arriba. Nunca verás tanto movimiento de cámara como en esta obra animada. Se detiene en la casa de cuentas de Scrooge, y a través de la ventana vemos a Bob Cratchit rascando sus figuras, al sobrino Fred apareciendo para molestar a su tío, y a esos dos recaudadores de caridad que se descartan como la basura de ayer.
Las narices son algo muy importante aquí, grandes y largas, lo que da un aspecto algo diabólico al rostro de todos, incluso de la gente buena como Cratchit. Scrooge finalmente se dirige a su casa para pasar la noche y es cuando entra en su casa -que se parece más a un mausoleo de varios pisos- cuando me pierdo como un niño. La pantalla pasa a estar casi en negro una vez que Scrooge ha conseguido entrar, su rostro es un orbe cadavérico que avanza no sólo por las escaleras hasta el dormitorio, sino hacia nosotros, como si la pantalla fuera tridimensional. Cree haber encontrado el rostro contorsionado de Marley en la aldaba de la puerta exterior, y ahora, en las escaleras, un golpeteo de ruido se convierte en un ataúd que sube volando las escaleras en su persecución.
Recuerdo que pensé que esto era tan extraño; y más tarde, cuando ya era mayor, tan drogado, y sin embargo agudo y con los ojos claros. Quizá la muerte sea así. Estás dejando este mundo, con un pie ya en el siguiente, y todo está nublado, pero aún sabes.
La escena en la que el fantasma de Marley aparece en 1951 Scrooge es una secuencia de terror virtuosa, a la altura de la creación en Frankenstein (1931). Mientras que Marley desencadena un aullido de los condenados en Scrooge cuando el tacaño expresa su dudaEn cuanto a su autenticidad, hay un efecto diferente en el especial animado: Marley se quita una venda de la cabeza y se le cae la mandíbula al suelo. Por si esto no fuera suficiente, a continuación le mete el dedo en la cara a Scrooge y sigue hablando sin mover la boca, con palabras que salen de un agujero negro del infierno.
No tengo ni idea de cómo se pensó que esto era razonable para los niños. Los pesados grilletes de Marley se extienden por todo el suelo como una serpiente fálica, post edénica (la versión de la condenación). El efecto es como el del porno de terror navideño, una “golosina” prohibida que un joven no pensaría que está destinada a sus ojos.
El Fantasma de las Navidades Pasadas -que es una llama de luz femenina- llega, se lleva a Scrooge y comparte con él las experiencias más destripantes de su vida hasta que Scrooge, no pudiendo soportar más, intenta matar al fantasma apagándola.
Sim no habla con la agria aspereza que lo hace en la película de 1951; su voz tiene más cansancio. Eso también influye en el ambiente, añadiendo una capa de escarcha. El Fantasma de la Navidad Presente está envuelto en un manto verde que contrasta con los fondos de la ciudad de Londres, que se asemejan, por su detallado rayado, a los bocetos de Van Gogh que hacía en los márgenes de las cartas.
El Fantasma de la Navidad Presente abre su túnica a Scrooge para revelar a dos niños casi desnudos que se acobardan a sus pies -el niño es la Ignorancia, se nos dice; la niña es la Querida-, pero parecen un cruce entre Gollum y monstruosidades que han logrado salir de una de las Pinturas Negras de Goya. Como era de esperar, la escena final con el Fantasma de las Navidades por Venir no es más halagüeña, ya que en el cementerio las lápidas están dispuestas como los dientes de una vagina dentada. Ah, normal.
Esta fue la película navideña de animación que rompió todas las reglas, y no se acabó sólo con su contenido. La ABC emitió el programa el 21 de diciembre, y se convirtió en una especie de éxito, probablemente porque era muy diferente y tenía un toque de peligro.
A raíz de ese éxito -o notoriedad-Un Cuento de Navidad fue llevado rápidamente a las salas de cine (recordemos que era una época en la que los especiales navideños sólo se emitían una vez al año, si es que lo hacían) y acabó ganando el Oscar al mejor cortometraje de animación en 1972, lo que molestó a algunas personas, ya que el corto se estrenó en una época en la que la pequeña pantalla gozaba de poca consideración artística. Por ello, se modificaron las normas, estipulando que el estreno en salas de cine debía ser el primero en ser considerado para el Oscar.
El especial desapareció entonces más o menos. Todavía se podía ver en la televisión, y con el tiempo aparecieron copias piratas. Además, siempre hay algún alma caritativa que lo sube a YouTube, perfecto para verlo después de que los demás se hayan ido a la cama, y quizá también cuando uno se plantee su propia mortalidad.
Así que deja que un dibujo animado te dé un susto de muerte esta Navidad, y ten una pesadilla acogedora. Es el regalo que no sabías que necesitabas.