El limpiador de piscinas de Jamie Foxx, que se acuesta con un vampiro, es un grito de auxilio
Es fácil imaginar al director novel J.J. Perry y a los guionistas Tyler Tice y Shay Hatten en la reunión de presentación de Day Shift, vendiéndola como una Arma Letal riff con vampiros hambrientos y John Wick ultraviolencia. Es decir, que no hay absolutamente nada novedoso en esta película de serie B de Netflix (12 de agosto), cuya falta de originalidad sólo se ve empequeñecida por su incapacidad para inyectar siquiera una fugaz dosis de humor en su carnicería de terror de imitación.
Encabezado por Jamie Foxx, aquí atascado en el modo de badass de una sola nota, Turno de día está ambientada en un Los Ángeles poblado tanto por vivos como por no muertos, aunque los primeros -a pesar de conocer a los vampiros, como demuestran las referencias a la Crepúsculo ignoran por completo que los segundos se encuentran entre ellos. No importa esa ignorancia, los chupasangres están al acecho prácticamente en todas partes, anidando en boleras y centros comerciales abandonados e incluso paseando durante el día por cortesía de Audrey (Karla Souza). Audrey, una agente inmobiliaria estrella del Valle de San Fernando y antigua “supervampiresa”, está comprando las propiedades de la zona para poblarlas con sus secuaces, a los que también está dotando de una loción de alta resistencia que les permite sobrevivir bajo el radiante sol. Por desgracia, lo que contiene este bálsamo protector es un misterio que nunca se revela en la película, a pesar de que toda su narrativa depende de su aplicación.
Esta falta de rigor en los guiones forma parte de este asunto sin gracia, cuyo principal protagonista es Bud Jablonski (Foxx), un vecino de Los Ángeles que se dedica a limpiar una sucia piscina residencial. Una vez terminado su trabajo, Bud expone su verdadera identidad como cazavampiros encubierto a la caza de nuevas presas. La encuentra en un monstruo anciano que vive en una casa anodina, lo que da lugar a la primera de las muchas y prolongadas peleas en las que intervienen la fiel escopeta y la pistola de Bud, un montón de combates cuerpo a cuerpo muy coreografiados y un montón de maniobras para romper las extremidades y la espalda por parte del adversario sobrenatural de Bud. El director Perry escenifica este caos con lucidez y musculatura, aunque con un mínimo de brío; todo parece una fotocopia de tercera generación de múltiples cosas que Keanu Reeves y Wesley Snipes han hecho antes, todas ellas mezcladas en un vano intento de enmascarar la derivación del espectáculo.
Bud se gana la vida vendiendo los colmillos de sus objetivos nocturnos, que alcanzan un buen precio en el mercado negro -personificado por el propietario de la casa de empeños Troy (Peter Stormare)- y mucho más dinero a través del Sindicato, un organismo oficial que regula el asesinato de vampiros. El problema es que Bud fue expulsado de la organización por incesantes violaciones del código. Es, sin lugar a dudas, el tipo de luchador contra el crimen desafiante que se niega a seguir las reglas. ¿Creerías que al final se le permite volver al sindicato gracias a la ayuda de su amigo Big John (Snoop Dogg), donde un jefe (Eric Lange) sentado detrás de un gran escritorio le grita por su habitual insubordinación? ¿Y que se le empareje con un burócrata apocado, Seth (Dave Franco), al que se le ordena que le vigile (como forma de echarle del Sindicato para siempre) pero que finalmente se transforma de narco a compañero de rencor a mejor amigo?
Deténganme si han visto esto mil veces antes con un ropaje ligeramente diferente. Turno de día amalgama con regocijo, desde los atuendos de vaquero de Big John (incluido un cigarro eastwoodiano) hasta la mezcla de hip-hop y country de la banda sonora. No hay ninguna razón para esta mezcla y combinación; Perry se limita a poner en la pantalla cualquier cosa que le parezca buena, con la esperanza de conseguir una chispa de entretenimiento. Rara vez lo consigue. Turno de día procede de forma desordenada, como demuestra el hecho de que la película haga que el criminalmente infrautilizado Stormare -una caricatura humana donde las haya- codicie la pistola de Bud como si fuera un arma legendaria, para luego olvidarse de explicar qué la hace tan especial y dejar de lado el tema. El plan de Audrey inspira similares quebraderos de cabeza, ya que nunca queda claro por qué necesita comprar casas suburbanas para una toma de posesión de los vampiros cuando los muertos vivientes pueden simplemente masacrar a sus habitantes y apoderarse de ellas a voluntad.
Turno de día se preocupa más por provocar emociones que por poner los puntos sobre las íes, pero su trama de queso suizo no le hace ningún favor. Sus caracterizaciones no son mucho mejores. El principal dilema de Bud es que su esposa, Jocelyn (Meagan Good), que está separada de él, va a trasladarse a Florida en una semana con su querida hija Paige (Zion Broadnax) si no consigue 10.000 dólares para los gastos de cuidado de la niña, con lo quelo que le da una motivación urgente para ejecutar a tantos vampiros como sea posible, al tiempo que se ocupa del soplón Seth. Desgraciadamente, esta situación en la cuerda floja no encaja con el estatus de Bud como máquina de matar sin parangón y prolífica, ni con su intocable chulería, que Foxx transmite a través de grandes miradas, mayores sonrisas y mucho pavoneo a cámara lenta. Es el alfa de todos los alfas y, por consiguiente, una presencia tan monótona como la de su polo opuesto, Seth, un empollón quejumbroso que se presenta a las tareas de búsqueda de criaturas con un traje anodino y que, ante cualquier señal de peligro, se mea en los pantalones, un gag recurrente que es emblemático del ingenio de la película.
“Es el alfa de todos los alfas y, en consecuencia, una presencia tan monótona como la de su polo opuesto, Seth, un empollón quejumbroso que se presenta a la tarea de rastrear criaturas con un traje anodino y que, a cada señal de peligro, se mea en los pantalones, un chiste recurrente que es emblemático del ingenio de las actuaciones.”
Un refrito de gun-fu que, además, es una comedia de amigos en blanco y negro salpicada con una pizca de Blade, Turno de día se mueve en un terreno de cómic en el que nada importa y menos aún merece la atención de uno. El equilibrio entre la brutalidad y la broma es sistemáticamente erróneo; la película quiere asombrar a su público con enfrentamientos ingeniosos y, sin embargo, socava el impacto de su violencia sangrienta con una caricatura cursi, como en una escena que empareja a Bud y Seth con dos hermanos (Steve Howey y Scott Adkins) que, además de ser expertos en su profesión inspirada en Van Helsing, les gusta compartir el chicle del otro. No sé por qué se supone que eso es gracioso. Lo que sí sé es que es deprimente ver a actores de talento como éste -incluido Adkins, uno de los talentos menos reconocidos del género de acción- escudriñados por un material que no sabe qué camino quiere tomar en ningún momento y que tropieza con todos los clichés del camino hacia un final previsiblemente desinflado.
Ya sea a medianoche o a mediodía, Turno de día se esfuerza por lograr una irreverencia despiadada y sólo consigue una familiaridad mediocre. Resulta agotador en formas que los cineastas seguramente no pretendían, pero que harían que sus villanos se sintieran orgullosos.