‘Blonde’: Ana de Armas es una revelación como Marilyn Monroe en este oscuro retrato de la misoginia

Rubia se abre con focos esféricos y flashes que iluminan violentamente a Marilyn Monroe (Ana de Armas), junto con destellos de los circuitos y mecanismos que hay en ellos, una metáfora ideal para esta impactante y desgarradora biografía-mito de victimización y actuación.

La adaptación del guionista y director Andrew Dominik de la ficcionalización de la vida de la icónica actriz realizada por Joyce Carol Oates en el año 2000 es una película caleidoscópica sobre los sueños y la realidad, la cordura y el delirio, lo auténtico y lo falso, el pasado y el presente, y el yo y los disfraces construidos para enmascarar y transmitir su verdadera naturaleza. Dirigida por la hipnótica evocación conmovedora de los anhelos y la desesperación de Monroe, es un triunfo que busca la verdad a través de un artificio florido y glamuroso. Como tal, no se trata sólo de su tema, sino también de una expresión de su mente, cuerpo y alma.

La Norma Jeane de Blonde (en cines ahora; 28 de septiembre en Netflix) es una mujer atormentada. Su humilde infancia transcurre con una madre desquiciada e histérica (Julianne Nicholson) que busca la autodestrucción en el infierno y engendra en su hija un anhelo de por vida por su padre ausente, del que le han dicho que es un apuesto actor al estilo de Clark Gable que está a punto de regresar. Los problemas de angustia con el padre, el miedo al rechazo y el cine se mezclan caóticamente en el interior de la joven, y eso continúa cuando la película salta abruptamente a un futuro en el que Norma es una pin-up rubia platino. En un estudio de interpretación, un profesor le dice que “el círculo de la luz es tuyo”, y que debe crear un personaje mental separado de su propia identidad. Y ella (y el estudio de cine) crean uno en Marilyn Monroe, un personaje de atractivo sexual magnético e inigualable que Dominik destaca habitualmente como una entidad distinta de Norma mediante imágenes de la aspirante a actriz mirándose a sí misma -como si quisiera comprender quién es y en qué se ha convertido- en el espejo.

Este motivo de reflexión, junto con las explosiones de luz, los cajones de la cómoda (que su madre utilizaba como cuna improvisada) y el timbre de un teléfono -que siempre presagia la promesa de la reaparición de su padre o las aterradoras exigencias de su carrera- está presente en todas las páginas de Rubia. Dominik no esculpe su película a partir de los tradicionales y plomizos bloques de arcilla de una biopic; más bien, la une a partir de fragmentos de vida, de historia y de fantasía. Su Marilyn es una artista y una persona comprometida, en el fondo, con un juego de fantasía para la cámara, el público y ella misma. Su alter ego escénico le permite interpretar un papel que le permite distanciarse de su dolor y miseria casi incesantes, provocados por las violaciones en el sofá de reparto y los múltiples abortos (el feto CGI de Monroe la reprende por perpetrar el mismo rechazo cruel que su propia madre), o por los maridos -Joe DiMaggio (Bobby Cannavale) y Arthur Miller (Adrien Brody)- que la ven como un “recipiente” para sus deseos y necesidades egoístas, y la dejan de lado cuando no puede, o no quiere, satisfacerlos.

Rubia es una vorágine de padres sustitutos, suplantaciones y proyecciones, todos ellos mezclados y duplicados sobre sí mismos de forma alucinante. En colaboración con el director de fotografía Chayse Irvin, Dominik alterna entre el blanco y negro y el color, y emplea distintas velocidades de filmación, grados de enfoque y relaciones de aspecto, con una fluidez balletística. Con el complemento de la desgarradora partitura de Nick Cave y Walter Ellis, su estética está en sintonía con la conmovedora condición bifurcada de Monroe, por no hablar de que amplifica la energía del material. Además, crea una serie de composiciones -algunas recreaciones barrocas de momentos de Los caballeros las prefieren rubias y Some Like it Hot, otras instantáneas improvisadas- que captan la gran belleza de Monroe y, también, la presencia constante y rapaz de la mirada masculina (filtrada o no por una cámara) que la sitúa en un pedestal y amenaza con devorarla.

Rubia es una película sobre la interpretación y las múltiples formas en que ésta oculta y revela. En este sentido, la actuación de De Armas es un verdadero espectáculo. En algunos momentos, la encarnación de Monroe por parte de la actriz es tan creíble en cuanto a la mirada, el lenguaje corporal y la voz (es absolutamente clava la respiración de la estrella) que uno casi se queda sin aliento. Al mismo tiempo, sin embargo, utiliza la estilización como medio para localizar algo más profundo, más oscuro y más intrínseco. Es una estrategia que habla de la sinergia entre lo genuino y lo artificial que está en el centro de estay que la propia Monroe adopta durante una destacada audición que es ridiculizada por su honesta intensidad. Equilibrando la angustia incesantemente llorosa de Monroe con una vulnerabilidad sincera y un resplandor marquista, así como navegando hábilmente por sus altibajos intelectuales y emocionales, de Armas es una maravilla multifacética y tridimensional.

“Blonde” es una película sobre la interpretación y las múltiples formas en que ésta oculta y revela. En este sentido, la actuación de De Armas es una auténtica proeza.”

Hay un sufrimiento escandaloso en toda la película Rubiaincluyendo una última agresión sexual a manos del presidente John F. Kennedy (Caspar Phillipson) -la última de las figuras de Monroe que aspiran a ser “papá”- que consolida el proceso como una arrebatadora cámara de tortura de explotación y abuso misógino. El horror de ser esculpido y, por tanto, reducido a un mero juguete sexual, corre por las venas de la película, y se personifica en una panorámica de la alfombra roja a cámara lenta (desde el punto de vista de Monroe) de los rostros de los admiradores masculinos gritando, con sus bocas deformadas en monstruosos Miedo y asco en Las Vegas-al estilo de las fauces. Dominik imagina la agonía y el éxtasis de todo ello de una manera uniformemente magnífica, lo que hace que las diversas facetas de la vida y la carrera de Monroe se conviertan en ingredientes de un guiso encantadoramente ilusorio y venenoso.

El amor y el sadismo, la unión y la alienación, la compasión y la brutalidad, Norma y Marilyn, Marilyn y de Armas, no hay límites en la película de Dominik, sólo un mareante torbellino cinematográfico de compulsiones, afectaciones y lágrimas entrelazadas. RubiaLa grandeza de la película se debe a la combinación de lo fascinante y lo espantoso, así como a la comprensión de que ambas cosas fueron, para Monroe, compañeros de cama de toda la vida. El director traza caminos entre las experiencias personales y profesionales de su protagonista, su entonces y su ahora (al menos, hasta su muerte por sobredosis en 1962), con una sedosidad que encanta y hiere. Y lo que es más potente, lo hace implicando intrigantemente al espectador en el destino de Monroe. Desde las recurrentes tomas del público de la gala de estreno mirando con deleite una pantalla teatral (a veces rodeando a una Monroe triste), hasta una visión tardía de Monroe vomitando sobre la cámara de Dominik, que se encuentra en el baño, Blonde no deja que el cine -o nosotros- nos libremos de elevar y derribar a los 20th objeto de deseo preeminente del siglo XX.

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