Pocas películas han envejecido peor que Clerks IIuna secuela de 2006 que repite las bromas sobre la cultura pop de su predecesora de 1994, aunque ya habían quedado desfasadas en el momento de su estreno, y que ofrece un flujo constante de bromas sexuales y homófobas “vanguardistas” que serían más ofensivas si no fueran tan vergonzosas. Sin duda, las costumbres cambian, pero Clerks II es una reliquia de una época apenas pasada en la que los chicos (encarnados por el profano y gratuito Randall de Jeff Anderson) se creían transgresores al despotricar de todo tipo de obscenidades, improperios e insultos raciales. Crudo, engreído y, lo que es peor, desesperado por sobrepasar los límites al mismo tiempo que se entrega al bromance de hombre-niño, encapsula una buena parte de lo que era patético e incorrecto en la década de 2000.
Desde Clerks II funcionaba como un canto a medias a no crecer, no es una sorpresa descubrir que Clerks III (13 de septiembre, en los cines) es un esfuerzo igualmente anclado en el pasado. La última entrada de Kevin Smith en su View Askewniverse toma una página de Jay y Bob el Silencioso contraatacan y Jay y Bob el Silencioso Reboot al tomar un desvío autoconsciente para mirarse el ombligo. Es una idea que está tan cansada como las composiciones visuales planas características de Smith, La guerra de las galaxias cháchara, el melodrama sensiblero y el humor de mala muerte, aunque al menos hay muy poco de la fealdad verbal que definió el capítulo anterior de su franquicia. En su lugar, la atención se centra en la realización de películas, en particular, en los esfuerzos de los trabajadores (y ahora propietarios) de la tienda Dante (Brian O’Halloran) y Randall por realizar un largometraje sobre sus vidas (que, por supuesto, resulta ser el original Clerks).
El impulso para este proyecto es la experiencia de Randall de estar a punto de morir por cortesía de un ataque al corazón, lo que le hace darse cuenta de que su vida no va a ninguna parte y que tiene que hacer algo significativo con el tiempo que le queda-esto a pesar de que Clerks II culminó con su discurso sobre la grandeza de trabajar en el Quick Stop. Teniendo en cuenta su paso por RST Video, la tienda de alquiler que ahora se ha convertido en una tienda de hierba operada por los perpetuos delincuentes Jay (Jason Mewes) y Silent Bob (Smith), Randall decide que tiene las mismas calificaciones para hacer una película que Quentin Tarantino, y en una sola noche, escribe un guión de 168 páginas llamado “Inconvenience” que se basa en su carrera como vendedor y en la de Dante. Randall se ha convertido en el Luke Skywalker y Han Solo nominal de esta saga y ha relegado a Dante a un papel secundario periférico, lo que enfurece al siempre irritado Dante, aunque no lo suficiente como para impedirle ejercer de productor y conseguir financiación de su ex prometida Emma (Jennifer Schwalbach).
Aunque ambos han cruzado el umbral de los cincuenta años, Dante y Randall son los mismos personajes que en Clerks, quejándose sin cesar de su trabajo de 9 a 5, debatiendo Star Warsy discutiendo como un viejo matrimonio. Randall es el capullo narcisista al que no le importa molestar a nadie, y Dante es el triste saco desafectado, una condición agravada por la muerte de Becky (Rosario Dawson), la futura madre de su hijo, que aparentemente pereció en un accidente de tráfico en estado de embriaguez poco después de que decidieran casarse al final de Clerks II. Ese hilo conductor culmina aquí en un final de un sadismo tan inmerecido que resulta difícil creer que sea el mismo artista que infundió la primera Clerks con su aguda y destartalada autenticidad.
El seminal debut indie de Smith no era una comedia perfecta, pero era, a su manera, un reflejo perfectamente realizado de la actitud y la invención de los años 90. Clerks IIIpor otro lado, es un mero fanservice con un giro meta en un vano intento de justificar su propia existencia. Las llamadas a los viejos gags están por todas partes, ya sea por los recurrentes golpes a costa de Elias (Trevor Fehrman), el devoto cristiano idiota de Clerks II que aquí da un giro hacia el lado oscuro, un juego introductorio de hockey en la azotea, o cameos de una variedad de Clerks veteranos. Incluso hay un rápido guiño a la bestialidad que dominó gran parte de la película anterior, aunque en ese caso -como en la retórica racista de Randall-mith suaviza astutamente la nostalgia que, por lo demás, define estos procedimientos.
Una secuencia de audición para la película de RandallLa película permite que una colección de amigos de Smith aparezca para prestar apoyo, incluyendo a Fred Armisen, Sarah Michelle Gellar, Freddie Prinze Jr. y el eternamente leal y juguetón Ben Affleck, que realiza una imitación de Robert De Niro con acento bostoniano y, al hacerlo, proporciona una vez más un asunto de Smith con una chispa momentánea de payasada cómica. La ridiculez exagerada es también la provincia de Jay y Bob el Silencioso. Sin embargo, la extraña pareja del dúo está ahora tan cansada -y comprometida por los curtidos rostros de Mewes y Smith, que no encajan con sus payasadas juveniles- que cada escena resulta tensa. Puede que todavía haya público para Jay gritando “¡Snoochie Boochies!” y luego, de forma autorreferencial, burlándose de ese eslogan (que también se encuentra en el guión de Randall) por su falsedad, pero eso no cambia el hecho de que todo resulta redundante.
“Una secuencia de audición para la película de Randall permite que una colección de compañeros de Smith aparezca para prestar apoyo, incluyendo… el eternamente leal y juguetón Ben Affleck, que realiza una imitación de Robert De Niro con acento bostoniano y, al hacerlo, proporciona una vez más un asunto de Smith con una chispa momentánea de payasada cómica.”
Invariablemente, Clerks III recrea lo mejor posible el año 1994, pero sin otro fin apreciable que el de felicitar a los espectadores por haber participado en la broma interna. Las referencias a las criptomonedas y a TikTok, por otro lado, sitúan firmemente la acción en la actualidad, por si alguien no lo sabía por la apariencia de sus protagonistas, que ahora parecen demasiado mayores para este material. Smith acaba recurriendo a giros empalagosos para evitar que la película dé vueltas, pero los gestos son intentos de profundizar en una historia que nunca necesitó profundidad. Clerks era una instantánea de la vida cotidiana de la clase trabajadora y de los tipos de holgazanes de buen humor que repartían el cambio (y los cigarrillos) detrás de un mostrador. Sentir algo profundo por Dante y Randall nunca formó parte del trato, y a pesar de las interpretaciones acarameladas de O’Halloran y Anderson y de las sensibleras presiones de Smith, no son lo suficientemente sustanciales como para cargar con las nociones más pesadas -sobre el dolor, el crecimiento y la búsqueda de un propósito- con las que están cargados.
Y lo que es peor, como adultos que siguen discutiendo y que no paran de parlotear sobre Jedis y superhéroes, no tienen ninguna gracia. Clerks III que es una bendición que la película, en sus momentos finales, se cierre definitivamente.